Aceptarse cada uno como es para ser feliz. Esa es la moraleja de la película infantil de animación argentina “Plumíferos”, que nos cuenta un cuento básico e ingenuo, en clave ornitológica y con todos los arquetipos antropomórficos de las fábulas, sobre los esfuerzos de un gorrión común para ser lo que no es con el consecuente fracaso y reconocimiento de sus limitaciones, que es precisamente donde residen sus encantos. El problema no es el planteamiento en sí, tan bueno como cualquier otro. Porque además el movimiento y las explosiones de color mantienen distraídos a los muy peques, que es a quienes va dirigido el film. El problema, digo, es que éstos van necesariamente acompañados de adultos (la tele es otra cosa), y para nosotros es un tostón monumental y elemental. No estaría de más cuidar un poquito la complicidad adulta, para que la próxima vez no montemos una sesión de amiguitos en casa, más barata y en nombre de “Pocoyo”, en vez de llevarlos al cine. Además la animación digital es de segunda. Televisiva. Pobre.
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