Plan en Las Vegas es una de esas películas que caen en gracia, que destilan buen rollo por la vía de la espontaneidad cómica y, en consecuencia, inspiran una benevolencia crítica que probablemente no se corresponda con sus logros, pero que sin duda merecen por pura empatía y simpatía. Y es que la complicidad que destila como entretenimiento sencillo y directo, sin más pretensiones que explotar con sorna y desparpajo la picaresca otoñal de sus carismáticos protagonistas, que por otro lado son el único atractivo potencial de la cinta, es un mérito que hay que reconocerle. Aunque cinematográficamente su aportación sea insignificante.
En cualquier caso, es superior a recientes maniobras similares, consistentes en recuperar viejas glorias haciendo gala de su geriátrico talento con vocación autoparódica, y que se han saldado con engendros del calibre de RED 1 y 2 o anodinos pasatiempos como Tipos legales.
De Niro, Douglas, Freeman y Kline – ¡vaya póquer de clásicos en activo!- consiguen cohesionar un grupo sin aristas. Trabajar en equipo sin que los egos impongan sus caprichos y sin exigir cuotas de protagonismo que desluzcan el conjunto. Un quehacer colectivo que, echando mano de oficio y sin demasiado esfuerzo, convierte una simplona premisa argumental, que no pasa de ser un Resacón en Las Vegas de la tercera edad, en un agradable pasatiempo sustentado en diálogos bobalicones pero ágiles y chistes chapados a la antigua pero eficaces. Y así la cosa funciona, pues conjuga bien con el consabido contraste generacional y llega a un público mayoritario, que es siempre el objetivo prioritario de este tipo de comedias insustanciales que se olvidan con una sonrisa en los labios.
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