Hay voces que no pueden, no deben acallarse, y mucho menos sepultarse bajo tradiciones reaccionarias, xenófobas o machistas. Y la de Papusza (“muñena” en lengua gitana) fue una de ellas, ahora recuperada y vindicada en este minúsculo y precioso film, auténtica joya de orfebrería de costumbrismo poético. Una poetisa intuitiva, telúrica, visceral – algo así como el Miguel Hernández español, pero con el estigma añadido de la raza y el sexo en la Polonia de la postguerra hitleriana-, capaz de hacer magia con unas palabras que apenas conocía, y desde una ignorancia casi analfabeta convertirlas en los más bellos pensamientos, en emociones y verdades solo al alcance de almas sensibles, únicas, escogidas para hacer de este mundo algo más hermoso; aunque sea ese mismo mundo, en forma de atávicas tradiciones represivas, el que cercena su vida, el que oprime su talento, el que estrangula su imprescindible legado y lo convierte en un tesoro mártir de esas culturas invisibles que hay que reivindicar siempre, porque nos hacen mejores.
Papusza es una pequeña película que contiene un universo enorme; de una belleza inabarcable que se nos transmite con la elegancia de la sencillez y de la autenticidad; con tantos silencios como diálogos, sino más, y con idéntica carga dramática y poética en ambos casos; y acariciado todo por una delicada y fascinante, casi hipnótica fotografía en blanco y negro, que resulta pictórica por momentos, fabuladora a ratos e incluso neorrealista en otros. Formidable.
La triste historia de una mujer excepcional empujada a convertirse en víctima de sí misma, pues tras ser denostada y repudiada por su propio pueblo, acuciada por la culpa y la tristeza de haberlo “traicionado” revelando su identidad con la publicación de sus versos, llego a perder la razón y a renegar de su don hasta el punto de pensar: “si no hubiese aprendido a leer hubiera sido feliz”. Y con todo, pese a la injusticia aberrante que narra el film, también se erige éste en un velado homenaje a la ancestral cultura gitana, con sus pros y sus contras, desde luego, pero con ese respeto necesario que merecen las tradiciones y formas de vida que no entendemos – límites lógicos aparte-.
“La hierba se balancea con el viento
Los jóvenes robles se arquean hacia el más viejo
Una hoja habla, un corazón errante muere
mientras un cuervo llora su partida
El gran bosque está cantando delicadamente,
la tierra negra tiembla y se lamenta
por la inoportuna muerte del muchacho,
mientras cierra sus ojos lentamente”.
Papusza
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