Hay que verla. Las cosas hay que decirlas, hay que mostrarlas, porque cuando el horror conmociona es cuando uno reacciona. No podemos juzgar, ni rechazar ni aceptar aquello que no se conoce, de modo que es bueno ver y aprender, conocer lo que ocurre en otros lugares del mundo, en otras culturas, aunque a menudo la barbarie tiende puentes con nuestro entorno más cercano, y las amenazas suelen tener vocación universal. Papicha es una historia localizada en la Argelia de los 90, pero asusta lo próxima que nos resulta la historia, la denuncia, la injusticia, la ignominia sufrida por las protagonistas por el simple hecho de sentirse y querer ser libres, y mujeres.
El film es modesto, austero, con los recursos justos para convertir la historia en crónica y mostrar lo que quiere mostrar, sin ornamentos ni subrayados. Más que suficiente cuando las imágenes, cuando la realidad, pues de hechos reales hablamos, habla por sí sola. Bien interpretada, eso sí, pues de lo contrario perdería eficacia el documento, pero una interpretación siempre al servicio del fondo, sin lucimientos ni divismos. Todo muy verdad, muy auténtico, para que se vea lo que pasó y pueda compararse con lo que pasa. Poca diferencia. Hete ahí el quid de la cuestión.
Y aun así hay momentos muy bellos. Duros, dramáticos, injustos, pero bellos, pues siempre fue admirable luchar por las convicciones y hacerlo desde la inferioridad, lo que te convierte en héroe/heroína. Casi siempre anónimos, pero por ello aún más grandes.
Javier Matesanz
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