El incombustible e inquieto Carlos Miró, reciente finalista en los premios Max, exhibió en la jornada de clausura del festival palmesano su eclecticismo creativo por la vía de extremar una grotesca teatralización de su danza, mitad parodia mitad caricatura, para representar la patética muerte de un cisne paria. Una curiosa propuesta, de inspiración mitológica, de extraña y travestida concepción, casi antiestética, arrítmica, payasa, pero físicamente exigente en su anarquía estilística – y musical, a cargo de Mayte Abargues-, y de sorprendente resolución. Una rareza que viene a demostrar las inquietudes imprevisibles del coreógrafo y bailarín mallorquín, que insufla vida a su trayectoria buscando la inspiración en lugares inesperados y por caminos poco trillados.
Solo pude disfrutar de una de las dos piezas que el húngaro Ferénc Fehér presentó en Palma, y a tenor del nivel de Exit Room, es una auténtica catástrofe haberse perdido Tao Te.
En el patio del Col·legi d’Arquitectes de Palma, el bailarín desarrolló todo su atípico potencial coreográfico. Una auténtica exhibición de gestualidad anatómica para transmitir, mediante una puesta en escena minimalista, las emociones de ese trotamundos que todos llevamos dentro en mayor o menor medida, y que reniega de los convencionalismos, de la inercia, se enfrenta al ritmo y evita las simetrías; para ser libre, para moverse sin complejos, sin corsés ni exhibicionismos. A mi se me antojó pensar en el 15-M. Pero tal vez solo fui yo. Su rostro era hierático, pero es lo que tienen los transgresores, que lo hacen por convicción, no buscando la ovación. Aunque de todos modos la recibió.
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