Decía Hitchcock que una película debe empezar con una gran explosión y a partir de ahí ir hacia arriba (más o menos). Pacific Rim cumple con creces con esa máxima. En la primera escena ya vemos como un kaiju – un monstruo de dimensiones extraordinarias – emerge de la profundidades del océano y destroza San Francisco. A renglón seguido, un salto temporal y nos situamos en el presente que dibuja la trama: la presencia de esos bichos se ha convertido en una constante y los humanos han creado gigantescos robots (jaegers) que, pilotados por ‘rangers’, les combaten y les vencen. Batallas feroces, perfectamente coreografiadas, en las que los efectos especiales no anulan la(s) historia(s), la que ocurre en el puente de mando de esos extraordinarios ‘mazingers’, por ejemplo, lo que pasa por las mentes sincronizadas de esos soldados. Y es que la peli de Guillermo del Toro es un desparrame de fuegos de artificio, de imágenes espectaculares, pero también tiene alma, y mensajes. Ahí hay una preocupación por el devenir de nuestro planeta – sumido en la anarquía y la extrema pobreza – un discurso ambientalista – no demasiado definido, pero bienintencionado -, una evocación a la evolución de las especies y hasta una cierta filosofía de vida basada en valores como la lealtad, la solidaridad, el honor y, porque no decirlo, en una cierta sed de venganza.
Es cierto que algunos diálogos son mejorables, algunos personajes demasiado planos y que la subtrama de los científicos locos hace aguas (aunque nos brinda la oportunidad de ver a Santiago Segura y disfrutar con Ron Perlman) pero el director de El laberinto del fauno y Hellboy ha superado con nota el reto de acometer una producción grandiosa; lo ha hecho planteando con oficio y un punto de descaro una guerra brutal entre bestias y hombres pero también rindiendo tributo a clásicos del cómic, del cine y de las series de animación televisivas: Godzilla, por supuesto, pero ante todo Mazinger Z. No puedo dejar de emocionarme ante esa bella metáfora sobre la fusión entre el robot que deslumbró a varias generaciones de chavales y su inseparable Afrodita. Un ensamblaje perfecto en una máquina de combate mítica pilotada por Mako Mori y Raleigh Becket (Charlie Hunnam y Rinko Kikuchi), trasuntos de los también míticos Koji Kabuto y Sayaka Yumi. Puños y pechos fuera!
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