Operación U.N.C.L.E

Para quienes continúan echando de menos al Guy Ritchie de Lock & Stock y Snatch, cerdos y diamantes, la mala noticia es que esta Operación U.N.C.L.E sigue alejándose de los bajos fondos londinenses en su versión más lumpen, para sofisticarse en la línea Sherlock Holmes que marca las nuevas tendencias narrativas del realizador. Con este film ha decidido aportar su nostálgico granito de arena a la galería desmitificadora de hijos bastardos de James Bond (recientemente pudimos disfrutar de un nuevo y divertido exponente: Kingsman: servicio secreto); y lo ha hecho apostando por la guerra fría y la fórmula buddy movie – compañeros a la fuerza-, y potenciando esa vertiente cómica, casi paródica, tan de moda en los últimos años para abordar géneros del territorio mainstream. La nada despreciable Kick Ass, por ejemplo, pues de algún modo es a los superhéroes de cómic lo que U.N.C.L.E es al cine de espías. Un entretenimiento fresco, desvergonzado, desacomplejado, que bien armado con un intrincado argumento que sustenta el interés del espectador, no se toma demasiado en serio sus desenfadadas formas, pero cuida al milímetro los contenidos de la intriga. Y así, con algunas ideas visuales ingeniosas y otras algo cargantes (el uso excesivo del Split screen, por ejemplo, que viene a ser la modernización de los acelerones de montaje de los primeros trabajos del director), la película es resultona, puramente veraniega por lo refrescante de su ritmo y su ligereza expositiva, a ratos divertida de tan tontorrona que es, y con un (pretendidamente) ingenuo tour de force de su pareja protagonista (Henry – Superman– Cavill y Armie – Llanero solitario– Hammer) que funciona en su duelo de postureo y en esa especie de juego de gallitos que pretenden escenificar, y que acaba por convertirse en un pique que más parece de Anacleto y el Superagente 86 Maxwell Smart, que no de 007 y Ethan Hunt.

Aunque no pasará a los anales de la historia, y probablemente tampoco a nuestro disco duro cinéfilo, sin duda es uno de esos pasatiempos ideales para disfrutar en piloto automático y sin más expectativas que la ingesta de chuches y una tregua térmica de dos horas.