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Nostalgia televisiva 2: Yo Claudio

Nostalgia televisiva 2: Yo Claudio

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El historiador, escritor y erudito británico Robert Graves se refugió en Mallorca en 1929 escapando así de la civilización, que tanto le había decepcionado. Y fue allí, apartado del mundo en su casa de Deià, entre sus papeles y a la sombra de las montañas, donde escribió entre 1934 y 1935 las que con el tiempo habían de ser sus dos obras más emblemáticas y populares, las novelas históricas Yo, Claudio y Claudio el Dios y su esposa Mesalina, que además de su indiscutible excelencia literaria, se convirtieron cuarenta años después en la que probablemente sea una de las mejores series de televisión de todos los tiempos.

En 1976, recluido en su retiro balear, Robert Graves recibió una invitación de la cadena BBC para acudir a Londres al estreno de la serie basada en sus libros, pero la rehusó. Aún así los productores, a sabiendas que el autor era conocido por el enorme rigor y el alto nivel de exigencia a los cuales sometía tanto sus trabajos como los ajenos, insistieron en conocer su opinión, convencidos como estaban de la gran calidad del producto, y le hicieron llegar una copia de los 13 capítulos de la ficción. La respuesta, pasadas unas semanas, llegó en forma de telegrama: “A Claudio le habría gustado”.

“Yo, Tiberio Druso Neo Germánico y tal y cual y esto y lo otro, porque no pienso molestarles con todos mis títulos, que otrora, no hace mucho, fui conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como Claudio el Idiota, o Ese Claudio, o Claudio el Tartamudo, o Clau-Clau-Claudio, o cuando mucho, como El pobre tío Claudio, voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida”. Así comenzaba el libro con el que Robert Graves insufló nuevos aires a la novela histórica, en clave de falsas memorias escritas en primera persona por el viejo emperador, y así empezaba también la serie, elegida por la cadena BBC para celebrar su 40 aniversario por todo lo alto, pero con la calidad y el prestigio como estandarte de su producción televisiva.

Para ello convocaron a los mejores profesionales delante y detrás de las cámaras, pues antes de contratar un reparto estelar de actores shakespearianos, pusieron el proyecto en manos de Jack Pulman, veterano guionista ducho en adaptaciones literarias para televisión, que ya había trasladado con éxito a la pequeña pantalla grandes obras como Crimen y castigo, Guerra y paz o David Copperfield, y que transformó de manera magistral las dos novelas de Graves en un gran drama desplegado a lo largo de siete decenios de la Dinastía Julio-Claudia del Imperio Romano, desde los años del gobierno de Augusto antes de la nueva era hasta la muerte de Claudio, en el 54 d. C. Y lo hizo de un modo tan sencillo como sabio, respetando la magnífica prosa de Robert Graves para los diálogos y, sin complicarse la vida en materia de producción, planteando la serie como una revisión del teatro televisado de los años cuarenta y cincuenta. Rodada íntegramente en vídeo y en interiores, cedía todo el protagonismo al texto y a los actores, consiguiendo una equilibrada y apasionante combinación de tragedia clásica y culebrón familiar sangriento y desmesurado, que logró seducir a un público de lo más heterogéneo, ya que fascinó tanto a los amantes de los dramas escénicos como a los adeptos a los seriales televisivos.

Yo, Claudio era un sobrecogedor, brutal y apabullante retrato de la Roma Imperial, trazado a través de la autobiografía escrita en sus últimos días a modo de historiador por el propio emperador. Recluido en sus aposentos, bebiendo vino mientras garabatea sus memorias en un pergamino, Claudio recuerda cómo, además de ser tartamudo y cojo – las hipótesis modernas más aceptadas apuntan a la poliomielitis o a una parálisis cerebral infantil en grado leve como fuentes más probables de sus minusvalías-, tuvo que desarrollar una especial habilidad para hacer creer a todo el mundo, tal y como profetizó la Sibila, que era tonto de verdad, y sobrevivir de este modo a las constantes conspiraciones palaciegas urdidas para derrocarlo y acceder del poder.

Una narración escalofriante que no escatima los aspectos más oscuros y truculentos de una época con más sombras que luces, caracterizada por la conspiración, la traición, las intrigas palaciegas, las ambiciones desmedidas, los engaños, los presagios, los conflictos de intereses, la depravación, el dictado de la perversión, la ola de asesinatos de la que nadie estaba exento o la megalomanía y locura de sus gobernantes. Y así se desgrana la apasionante historia de Roma y sus emperadores: desde Augusto −cuando Claudio es un niño todavía−, hasta los oscuros días de la decadencia del Imperio con Calígula y Nerón.

Una visión marcada por el rigor histórico implícito en la obra de Robert Graves, pero que en la serie, por motivos de producción, tuvo que limitarse a minimalistas decorados de interiores, renunciando así a grandes momentos de batallas o de celebraciones en el Circo Romano, por ejemplo, pero aún así capaces de transmitir el esplendor de la época imperial y el opresivo mundo de la corte romana.

Robert Graves, y por ende la serie, encontraron en Claudio un modelo de hombre virtuoso enfrentado a un sistema degenerado y una apasionante historia dinástica que les permitió crear un impagable fresco de la condición humana en general. Aunque la serie se centraba únicamente en las clases poderosas, y los esclavos y plebeyos formaban parte más del atrezzo que de la de la trama.

Uno de los grandes secretos del éxito de Yo, Claudio fue sin duda la poderosa interpretación del impecable reparto, encabezado por los hoy reconocidos Derek Jacobi (Claudio), John Hurt (Calígula), Siân Phillips (Livia) y Patrick Steward (Sejano), entre otros muchos, que hoy poseen sólidas trayectorias que alternan el prestigio teatral y la popularidad cinematográfica, pero que por entonces iniciaban con solvencia sus caminos escénicos en territorio shakespeariano, y dieron una auténtica lección dramática aprovechando la oportunidad televisiva que les brindó la serie. Aunque tal vez fuera Jacobi en el papel de Claudio el más beneficiado, dado su absoluto y magistral protagonismo.

De hecho, en 2011 la cadena norteamericana HBO y la británica BBC2 se unieron para adquirir los derechos de las novelas de Graves con la intención de devolver la serie a la televisión en una especie de operación de lifting, y más allá de valoraciones sobre la conveniencia o no de hacerlo, desde aquí sugeriríamos que para el prólogo Jacobi sería hoy un Claudio aún más admirable y admirado, ya que su edad se corresponde ahora con la del emperador escribiente y se ahorrarían así el maquillaje envejecedor, que era sin lugar a dudas lo más risible del clásico.

Añadir solo, y a título anecdótico, que Charles Laughton fue la primera tentativa de un Claudio cinematográfico finalmente frustrado, ya que Alexander Korda produjo una versión fílmica en 1937, dirigida por Josef Von Sternberg e interpretada por el actor británico, pero que por diversas vicisitudes nunca se llegó a concluir. Y el segundo en intentarlo podría ser nada menos que Leonardo DiCaprio, ya que los derechos para el cine los compró el productor Scott Rudin en 2007, y pensando en él le encargó la adaptación a William Monahan, el oscarizado guionista de Infiltrados (Martin Scorsese, 2006). De momento solo es un proyecto durmiendo el sueño de los justos, pero podría convertirse algún día en la primera superproducción sobre el personaje, y recuperar así todos aquellos descartes bélicos, espectaculares y multitudinarios, incluidos en los libros, pero que no pudo asumir la versión televisiva del 76. Una obra maestra de la cual podríamos afirmar sin rubor y con el debido respeto por los clásicos, que sentó las bases, y por tanto puede considerarse precursora, de los grandes dramas familiares de los ochenta como Dallas o Falcon Crest, y desde luego de las más actuales sagas históricas en la línea de Los Tudor o Los Borgia.

 

Yo, Claudio (1976) Título original: I, Claudius Origen: Reino Unido Nº de capítulos: 13 Nº temporadas: 1 Duración: 60 minutos Emisión en España: TVE (1978) Género: Drama histórico Cadena: BBC Dirección: Herbert Wise Guión: Jack Pulman Productores: Martin Lisemore / London Films Productions Música: Harry Rabinowitz Intérpretes: Derek Jacobi, John Hurt, Siân Phillips, Patrick Steward.

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