Stephen Tunick es el fotógrafo de los desnudos multitudinarios que todos hemos visto alguna vez en los medios por su espectacularidad plástica (busquen en Google si no lo han hecho), y parece ser que Philippe Le Guay, director de esta cinta, imaginó un día cómo sería su pueblo natal protagonizando uno de esos despelotes colectivos en plena zona rural. Y de ahí a la película que nos ocupa había solo un paso.
Pero el retrato había que dotarlo de contenido, y al final Normandía al desnudo es una amable soflama agropolítica, no por encantadora menos reivindicativa y crítica, que arremete contra los mercados comunes internacionales, las imposiciones globales en materia mercantil y sanitaria, y hasta contra el cambio climático. Aunque todo hay que decirlo, en algunos casos se tocan los temas con un punto de comicidad frívola discutible, simplón y casi tontorrón. Sobretodo habida cuenta de su trascendencia. Pero la película tampoco pretende convertirse en un documento, en un discurso, y se conforma con ser un entretenimiento sentimental comprometido, que se queja, pero apuesta por el positivismo, por el “todos contra el fuego” o aquello de que “la unión hace la fuerza”, aunque sea más para urdir el previsible happy end que para culminar o resolver el conflicto planteado durante todo el metraje, y que queda en el aire y sin presumible solución. Aunque a nadie le importe llegado ese punto, convirtiendo el film en una pasatiempo menor y condenado al olvido tras una agradable sesión de cine light. Eso sí, muy bien interpretado por el siempre convincente François Cluzet, que le otorga relieve al personaje catalizador, y un Toby Jones entre frágil e insoportable, que ofrece el contrapunto perfecto a la tosquedad rural.
Javier Matesanz
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