Hay una especie de pacto tácito en Hollywood según el cual todo personaje mínimamente excéntrico debe recaer en Johnny Depp. Desde Eduardo Manostijeras a Jack Sparrow, pasando por el lobo de Caperucita, el indio Toro de El Llanero solitario o el sombrerero de Alicia. Tanto da. Ya solo le falta colaborar con el más estrambótico de los directores actuales, Wes Anderson, que incomprensiblemente aún no ha contado con él. Todo se andará.
Pero tan singular y pintoresca trayectoria no es garantía de infalibilidad, ni mucho menos, y no son pocas las tonterías en las que ha colaborado el bueno de Sweeney Todd, que no siempre acierta con sus apuestas. Y ahí está Mortdecai para certificarlo; una soberana chorrada que cae en el ridículo de forma tozuda y sistemática hasta convertirse en una antología de irrisorias bobadas y chistes sin gracia. Una caricatura grotesca que uno no sabe si clasificar como broma fallida o simple y bochornoso ejemplo de inoperancia cómica por parte de su responsable, David Koepp, que con esta torpe incursión en el género por la vía del humor tontorrón deja claro que, si quiere dignificar su filmografía, debería volver de inmediato al thriller, donde rodó sus dos mejores películas (correctas sin más, pero muy entretenidas): El último escalón y La ventana secreta, con el propio Depp y Stephen King en la base argumental. En cualquier caso, lo que está muy claro es que se trata de un director poco dotado para la comedia, muy torpe en la creación de gags visuales. Además, el trabajo de Johnny Depp, especialmente amanerado y postizo, y de Gwyneth Paltrow -hierática e incómoda en todo momento, tal vez consciente de lo que se estaba fraguando- tampoco ayudan a mejorar el producto. Me quedo con el esforzado Paul Bettany, intentado sacarle algo a otro personaje imposible.
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