Las víctimas de una guerra no son sólo las personas que, de una u otra manera, perecen en los enfrentamientos o en los asedios. Los edificios, las esculturas, los cuadros… el arte en general, también sufre y se pierde irremediablemente entre bombas, disparos e incendios. Y de eso trata Monuments men. “Si destruyes toda una generación de cultura, es como si nunca hubiera existido”. Con esta frase resume George Stout, interpretado por George Clooney, la misión de los siete hombres encargados de recuperar y devolver las obras de arte robadas por los nazis durante los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial. Una película que, si bien podría haber dado mucho más de sí, es una entretenida lección de historia y de historia del cine, una buena forma de reflexionar sobre los daños colaterales de una contienda que cambió para siempre la concepción del mal.
George Clooney, en las labores de actor, director y co-guionista, demuestra una vez más su conocimiento y amor por la cultura y el séptimo arte. Con guiños, algunos fallidos, a Doce del patíbulo, Uno Rojo, división de choque, El puente sobre el río Kwai, Evasión o victoria o incluso a La gran evasión, la película demuestra que el director de Buenas noches y buena suerte o Los Idus de marzo, también sabe hacer cine bélico sin guerra, como el que se hacía hace casi medio siglo, sin sobresaltos, con la acción justa, espolvoreado de momentos que beben aunque a sorbos demasiado tibios de las influencias de los hermanos Cohen y algunas secuencias de las que no se olvidan (la apertura del almacén en el que se guardan las pertenencias de los judíos o el interrogatorio al capitán enemigo con el primer cigarrillo).
Además, el siempre enorme en todos los sentidos John Goodman, su algo más que compañero de profesión Matt Damon, el impagable Bill Murray (magnífica escena de la ducha), el artista Jean Dujardin, los archienemigos en la serie Alias Hugn Bonneville y Bob Balaban, y la eternamente maravillosa Cate Blanchet, convierten la historia en un continuo de secuencias que permiten a la audiencia disfrutar de una película que sabe a menos de lo que debería, pero que demuestra que, si bien es más divertido robar casinos entre amigos, recuperar obras de arte robadas, es una opción no menos entretenida.
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