Dos horas y media en un suspiro. Molly’s game es un ejercicio brillante de narración cinematográfica, que linda con el thriller biográfico y consigue insuflar al relato un ritmo vertiginoso sin apenas acción en todo el metraje. Todo a base de diálogos magistrales, largos e intensos, emotivos y devastadores, tiernos y hasta conmovedores, cínicos e incluso provocadores. Un debut de póker, literal y figuradamente, para un guionista que se convierte así en un director notable, alumno aventajado de un David Fincher con quien compartió (le brindó por escrito) aquella maravilla que fue La red social. Gran película con la cual ésta tiene mucho que ver formalmente, y no por casualidad. Puro cine del bueno.
Ya desde el trepidante prólogo, formidable, y maravillosamente innecesario como el mismo autor confiesa en voz alta, la cinta te agarra y no te suelta. Quieres saber más y más de esa historia fascinante (y real) del personaje. Y no solo porque lo encarne la sensual e hipnótica Jessica Chastain, simbiosis perfecta de ángel y demonio, aunque por eso también; sino porque Aaron Sorkin demuestra un dominio del tempo narrativo inaudito en un debutante. Sobre el papel había demostrado con creces su maestría, pero ahora la traslada a imágenes con una solvencia y rotundidad asombrosa, complicándose la vida con éxito en sus idas y venidas temporales, que nunca despistan al espectador y, al contrario, le generan más y más interés, casi adictivo, por la historia. Y contando además con la ayuda de la ya mencionada y nunca lo bastante aplaudida Chastain y un enorme Idris Elba, que disfruta y nos regala una de las mejores escenas del film: un sobrecogedor e incontestable in crescendo en forma de alegato jurídico. Soberbio. Aunque es Kevin Costner quien tiene en sus manos el momento más bello. Sorkin le concede el mejor diálogo de su carrera, y le convierte de nuevo en actor.
Javier Matesanz
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