A ver como digo esto sin que suene raro ni me deje en evidencia, pero es que decir lo contrario no sería honesto. Así que allá voy. Sería algo así como, por ejemplo: Mil maneras de morder el polvo es una estupidez divertidísima. Es exactamente lo que esperábamos y a la vez lo que nos prometían. Es por tanto una película perfecta en su género. Ahí queda eso. Pero con una aclaración: ¿he dicho que es buena? No. Pero no te la pierdas si quieres reír con ese humor absurdo, ocurrente, a menudo etílico, de amigo cachondo con verborrea que le saca punta a todo y no para de decir chorradas ingeniosas. Eso sí, si no es el tipo de humor que te gusta, la película no ofrece apenas nada más. Y conste que no está mal rodada para lo que pretende. De hecho, visualmente solo hay algún efecto con pretensiones de gag que resulta forzado, postizo; pero en general todo funciona bastante bien, el ritmo no avanza en función de los chistes, sino con cierta fluidez narrativa, y la historia (esquemática como el mecanismo de un siurell) no tropieza con los tópicos y estereotipos, sino que los usa como plataforma para el disparate cómico en la línea de aquellos clásicos tontorrones pero geniales de los 80 que fueron Aterriza como puedas o Top Secret, pero con la vena gamberra y escatológica del aclamado osito Ted, que no en vano es hijo fílmico de los mismos responsables de esta aventura en el lejano y tronchante Oeste americano.
La tentación sería la de citar algunos de los mejores momentos de la cinta (hay un par antológicos), pero destripar un chiste es irrespetuoso y de mal gusto, de modo que nos limitaremos a decir que funcionan mejor los verbales que los visuales, que la química entre Charlize Theron y Seth MacFarlane (alma mater de la película en todos sus apartados) es merecedora de tener continuidad en otras películas del género, y que la última y tarantiniana broma me hizo aplaudir.
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