Alguien debía haber que estuviera esperando una nueva entrega de la saga. No era yo. De hecho, ya me sobraban las dos primeras secuelas. Pero lo cierto es que es difícil resistirse al magnetismo de Matrix, la primera, siempre la primera, que ya es leyenda. Y por eso he agradecido la cuarta, tras maldecir largo y tendido la segunda y la tercera. Y no es que me haya parecido un buen film, pero sí un baño nostálgico, algo simplón, hasta tontorrón, y sin las molestas ínfulas de las anteriores continuaciones. Y además con intenciones casi pedagógicas que se agradecen, con pistas para despistados, guiños para fans defraudados, sana e ingenua autoparodia, cariñosamente cáustica, y un manual de uso incorporado, elaborado a base de cuantiosos y oportunos flash backs, para quienes no hemos tenido tiempo o ganas de repasar la trilogía, o ni siquiera el monumental film original. Y es que 23 añitos después la memoria ya no es lo que era, así que siempre está bien que te soplen porqué te gustó tanto el estreno de 1999.
La excusa de los videojuegos es de lo más eficaz y contemporánea, y nos sirve para introducir la metra-creación, que todo lo acepta: la vida virtual, la real, la dimensión Matrix y todo lo que se les ocurra mezclar píldoras mediante, porqué sí, ahí están la pastilla roja y la pastilla azul que la liaron parda en la película finisecular. Pero a partir de ahí, poco más a destacar en términos de originalidad y excelencia narrativa. Mucha autorreferencia, algunos chistes casposillos, un personaje carismático en manos del siempre estimulante Neil Patrick Harris, diseñado para continuar y eternizar la franquicia, espectacularidad sin límites, pero que ya no rompe ni sorprende como lo hizo, y un más grande todavía al más puro estilo marabunta Z, que denota la falta de ideas de unos Wachowsky (aquí Lana sin Lilly), ya talluditos como sus personajes, para revalidar su ya vetusta, aunque indiscutible genialidad.
*Para no hacer spoilers me quedo con las ganas de cuestionar algunas de las incoherencias más flagrantes del film. En fin, ya las veréis. Saltan a la vista.
Javier Matesanz
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