Esta comedia en el fondo muy tradicional y muy carca, conservadora en su moralina, parca en sus convencionales recursos narrativos, y pacata en sus formas, que apuntan maneras groseras y provocadoras, pero se quedan en tímidos y mojigatos fuegos de artificio, no consigue ninguno de sus objetivos; porque desde luego no es divertida y no convencerá a nadie con sus doctrinas psico-socio-morales. Al contrario, resulta espesa, empalagosa y reaccionaria convirtiéndose en algo así como un remedo tontorrón de los Porky’s de antaño, que reciclados en base a un timorato “qué dirán” acaban brindando una sonrojante e involuntaria (o no) defensa de los valores “correctos” del american way of life más retrógrado. Ése que le reserva a la diversión un periodo muy concreto y aceptado de la adolescencia y la postadolescencia universitaria, pero que de forma muy adulta y racional nos recuerda que la verdadera fiesta, lo que de verdad nos hace disfrutar de la vida y alcanzar la plenitud, es la familia, el hogar y la feliz esclavitud de la paternidad. Quien comulgue con ello, tal vez pueda disfrutar del film. Aunque tampoco lo creo porque, moralejas y discursitos a parte, la película ni siquiera funciona como mero producto comercial. Es en exceso discursiva en los conflictos de pareja, caótica y precipitada en la exposición de los desfases, y está demasiado pendiente del torso hormigonado del ex Disney Zac Efron como para ocuparse de desarrollar mínimamente los personajes. Una suma de estereotipos que conforman la consabida y manida colección de roles vista en mil películas de fraternidades y desmadres universitarios o en las comedias estupefacientes de Judd Apatow, que son sin duda el referente directo. Algo que la presencia de Seth Rogen no hace sino subrayar.
La sorpresa agradable podría ser Rose Byrne, pero se acaba diluyendo entre tanta mediocridad.
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