Cuando pensábamos haberlo visto todo sobre Shakespeare, una de sus obras más representadas, la inmortal Macbeth, paradigma de la ambición sin límites, nos llega en versión muda, todo gesto y movimiento, con objetos antropomorfos y litros de hemoglobina de sirope no apta para diabéticos, pero sí para todos los públicos gracias a estos tiempos de laxitud educativa, ya que violenta lo es un rato. Y lo cierto es que resulta sobrecogedora, intensa y entretenidísima, pues el ingenio de los artistas cachivaches en mano acaba siendo un plus creativo que hipnotiza, y hasta divierte en medio de tanta crueldad.
El ritmo es frenético y la concisión estructural del complejo argumento shakespeariano, admirable. Es un resumen casi perfecto de uno de los textos más bellos de la literatura universal, y lo hacen sin apenas palabras. Sorprendente. Solo algunos carteles inspirados en el cine mudo y pura gestualidad, que sirve no solo para explicar, sino incluso para reflexionar y hasta para echar mano de la metáfora. Un recurso literario que el dramaturgo elevó a cotas de obra de arte, y estos manipuladores canadienses han convertido en material tanto para chistes tristes como para rematar un magnífico espectáculo de slapstick casi gore. Y todo ello, además, envuelto en una magnífica miscelánea musical a modo no tanto de banda sonora como de escenario sonoro, que en algunos tramos ejerce incluso de personaje acústico reforzando una propuesta ya de por sí impecable.
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