Intentar analizar esta película desde un punto de vista cinematográfico sería un esfuerzo tan estéril como inapropiado. No pretende ser cine, sino un espectáculo marcial de violencia coreografiada, que rebosa testosterona y sangre por cada fotograma para colmar la avidez de unos fans que la vivirán como una auténtica y ruidosa orgía nostálgica.
El guión es el gran ausente. Los diálogos se articulan sobre la nada, pues nada pretenden más allá de bromear en terreno autoparódico. Y ese es el verdadero motor del film. El único, pues lo que está pasando es lo de menos. Tomárselo en serio es tan inútil como absurdo. Y desde una perspectiva mínimamente analítica o exigente sería directamente una estupidez. Son todos contra Van Damme (quien por cierto demuestra un carisma que no ha sido capaz de lucir en muchos de sus films protagónicos). Eso es todo, y para qué más. Una escena de lucimiento para cada uno, un par de chistes en boca de los tótems del porrazo hollywoodiense, y el duelo final a la mayor gloria de Stallone, que para eso es el padre de la criatura. Todo lo demás explota, que para eso está. Y el año que viene más, que aún falta Steven Seagal. Yo, personalmente, propongo que sustituya a Chuck Norris, pobrecito. Con tanto golpe no está bien, el señor. A sus 72, se ha ganado la jubilación a ráfagas y patadas, y el cuerpo le pide ya ver “Los mercenarios 3” desde una plácida residencia geriátrica californiana. Eso sí, con Morricone en el hilo musical.
Els vostres comentaris