Lorax es la adaptación de una fábula homónima, escrita por Theodor Seuss Geisel, escritor y caricaturista estadounidense, y publicada en 1971. Recalco este hecho, el del año de su publicación, porque sorprende que el señor Seuss, más conocido bajo su seudónimo, Dr. Seuss, predicara, hace ya más de treinta años, un ecologismo tan avant-la-lettre, tan salpicado de advertencias apocalípticas sobre los males del capitalismo como fuerza destructora de los recursos naturales.
Y de eso y de poco más trata Lorax, de aleccionar a los más pequeños acerca de la importancia de respetar la naturaleza y los animales, mensaje de rabiosa actualidad en esta España de nuestros días, si se quiere, pero mensaje repetido hasta la saciedad en las últimas propuestas para cine infantil que no vienen de Píxar. En este caso nos hallamos de nuevo ante un film amable, cargado de buenas y certeras intenciones y exclusivamente dirigido a los más pequeños; que los padres no esperen ningún guiño hacia un público más adulto, porque no lo hay.
Narración sencilla, recorrida por personajes muy estereotipados y reconocibles, con la excepción quizás de The once-ler, que el director dibuja como una curiosa parodia de un Mr. Scrooge más asilvestrado y más campestre, pero que, sin embargo, consigue entretener gracias un ritmo adecuado, sabiamente salpicado por números musicales que se intuyen fantásticos en su lengua original (prefiero no opinar sobre lo que ocurre con la traducción). Pero el mayor elogio que puede cosechar esta propuesta es que es visualmente impactante. No por los dibujos, que son más de lo mismo, sino por una ambientación preciosa, a medio camino entre una estética kitch y lo que podría ser una fantasía onírica de Tolkien. La película te atrapa por la vista gracias a ese particular y original colorido escogido para recrear y representar la naturaleza, sus tonalidades y sus texturas, su luminosidad, aquí casi hipnótica. Es gracias a ese mimo, esa delicadeza a ratos genial, en reproducir un mundo idílico, donde los peces hablan, los osos comen nubes de azúcar y los árboles son esponjosas borlas, pompones ocres, que el espectador logra implicarse en la aventura y desear fervientemente que se salve esa, la última y dorada trúfula.
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