Conversaciones aparentemente intrascendentes que van configurando y exhibiendo personalidades y actitudes; pero sobre todo, silencios elocuentes. Nunca se habló de tanto con tan poco. Loneliest planet, basada en un relato de Tom Bisell, es un viaje geográfico – el de una pareja de prometidos y un guía local a través de las montañas del Cáucaso, en Georgia – pero también una cartografía de los sentimientos que afloran cuando algo falla en el campo de lo imprevisto. La cadencia de los acontecimientos, el ritmo, la atmósfera, la luz que expone con un pulso excelente la directora, Julia Loktev, te invitan a pensar que alguna mina va explotar, y ocurre, y situa a los protagonistas en una situación límite. Y entonces lo normal sería dar paso a una cadena de reacciones explícitas, pero lo que nos encontramos es más silencio, demoledor, como si nos estuviesen invitando a plantearnos el dilema: “¿Y qué hubiese hecho yo en las mismas circunstancias?”. En ese punto el paisaje ya no importa tanto, por espectacular que sea, y las fotos y las risas han desaparecido, el viaje se ha vuelto interior, y todo un poco más gris. Los largos planos que hasta la mitad de la cinta nos parecían poéticos, a partir del ‘incidente’subrayan la tensión, que casi se puede masticar; las miradas de los enamorados – estupenda Hani Furstenberger, bien Gael García Bernal – han cambiado radicalmente, y mientras esperamos un desenlace asistimos a otro episodio tormentoso, con unas connotaciones morales que nos van a sacudir todavía un poco más. En definitiva, que por poco sensibles que seáis os vais a llevar un meneo considerable, aunque de esos que valen la pena
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