Ya desde el título las citas shakespearianas son continuas, más allá de los explícitos monólogos de Macbeth y otros fragmentos de su repertorio, con la excusa de un personaje otrora insigne actor, hoy senil patriarca. Es en el dramaturgo inglés, aunque algo de bergmaniano tiene también este drama familiar psicológico (psiquiátrico?), donde se apoya el televisivo director y guionista Miguel del Arco para debutar en cine narrando la decadencia de una estirpe contemporánea de ecos clásicos y vocación de tragedia griega. Bien construida, afianzada sobre sólidos cimientos de corte teatral (no en vano todos los intérpretes cuentan con larga experiencia sobre los escenarios), y hecha a base de esculpir personajes al pie de la letra del dictado freudiano. Llevados al extremo progresivamente, manteniendo la compostura y la contención dramática antes de la erupción lo suficiente como para que el espectador empatice con su crisol emocional y comparta la ansiedad de un elenco herido sin excepción, que irremisiblemente se precipita a un declive inevitable e irreversible. El de una familia que en realidad encarna los valores de una sociedad decadente y decaída. Lástima de los excesos finales, que a pesar de las excelentes interpretaciones, sentidas, viscerales y convincentes todas, le resta naturalimo y credibilidad al desenlace por pura acumulación. Innecesaria. Aunque sí, es cierto que Shakespeare lo hacía; pero era Shakespeare.
Postdata de reparto: José Sacristán puede con todo, pero puestos a destacar un nombre, a parte del inesperado acento de Barbara Lennie, ese es el de Gonzalo de Castro.
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