Los personajes que emergen de los pliegues más ocultos de la realidad, esos que parecen irreales, casi imposibles de tan ciertos, son los que ofrecen las mejores historias, pues a menudo nos dejan en evidencia como esos seres rutinarios y acomodados que somos, y que nos encomendamos a la ficción para buscar emociones y nuevos retos que nos arranquen del aburrimiento de nuestro anodino y siempre relativo éxito social. Las hermanas Fandiño son increíbles. Como personajes de novela, difíciles de imaginar en un mundo normal. Pero son reales, porque este mundo no es en absoluto normal, y menos en los tiempos infames del franquismo y la represión; y aunque su vida, su mala vida, las convierta en algo sorprendente y único, en un espejo involuntario que refleja la ruindad y la mediocridad en la que el ser humano puede llegar a regodearse, nos recuerda también que los espíritus libres pueden servirnos de modelo de humanidad aun en las condiciones más adversas, haciendo de la dignidad casi un superpoder, que trasciende la injusticia y la mezquindad para acabar reivindicando y encarnando la pureza de los perdedores, que a la postre son a menudo un ejemplo que nos ruborizaría en nuestra cómoda zona de confort.
As dos Marías (así se conoce a las Fandiño en Compostela) son Lucía Sánchez y Lluqui Portas, actrices superlativas, que llevan los personajes al límite (Coralia y Maruxa siempre vivieron ahí, al límite, donde también murieron). Hasta la caricatura casi, al terreno de lo estrambótico, y con un humor delicado pero a la vez patético entroncan con la ternura, y nos acercan con respeto, e incluso admiración, a esas dos mujeres abandonadas a su suerte por ideas familiares ajenas, pero que tuvieron la suerte de no abandonarse nunca mutuamente hasta convertirse en un símbolo del absurdo de la locura totalitarista que acabó con ellas y con la dignidad de un país. Una obra hermosa, incluso divertida y conmovedora, en su dura crítica y su enorme humanidad.
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