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La tortuga roja

La tortuga roja

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Una historia en la que los personajes no hablan. Una película de animación francesa apadrinada por el Studio Ghibli. Un trabajo de 80 minutos de duración sin apenas música, más que la justa y necesaria en algunos momentos de emoción desbordada. Un canto de amor a la naturaleza y la supervivencia diaria más allá de la sociedad y la lógica. Una fábula sobre el crecimiento del ser humano, la familia y la continuidad de la vida en su definición más básica. Todas estas frases sirven para definir La tortuga roja, una de las películas más increíbles, emocionantes y emocionales que uno ha tenido el placer de disfrutar, aunque sea en el sofá de casa.

La historia de un náufrago en una isla habitada por cangrejos y aves sirve para desglosar las distintas etapas de la vida, los miedos, las necesidades y las alegrías del protagonista, que, en esencia, no son más que los mismos que los del resto de los humanos. Y ahí radica precisamente la grandeza de la historia: a pesar de que los acontecimientos que le suceden al protagonista son particulares de una situación en que la difícilmente se encuentre la mayoría de sus espectadores, la empatía que consigue con ellos es abrumadora. Y las consecuencias de las decisiones que va tomando durante su estancia en la isla, que marcarán los siguientes acontecimientos irremediablemente y le forjarán como el hombre que termina por ser, tienen una lógica que traspasa tiempo y espacio con tanta facilidad que uno no puede sentirse de otra manera que no sea la manera de ese hombre en la pantalla que no habla, que sólo vive.
Porque es una película muda. Aunque no por ello falta de banda sonora. La naturaleza ofrece una gran cantidad de sonidos que ponen audio a esta joya en la que todo lo que sucede lo hace por alguna razón, sea realista o no, sea lógico o no.

Michael Dudok de Wit (ganador del Oscar por su cortometraje de animación Father and Daughter) se convierte con este debut en el largometraje en uno de los directores a los que seguir sin preguntarse siquiera qué estará haciendo. La desbordante imaginación que despliega en cada una de las secuencias se alimenta de la lógica natural de una isla en la que no existe la presencia humana, y deja sin palabras, igual que su protagonista, al espectador que asiste a un espectáculo que bebe de los trabajos del Studio Ghibli, del que han salido joyas como El viaje de Chihiro, La Princesa Mononoke o Mi vecino Totoro.

La tortuga roja une dos sensibilidades: la japonesa en la animación tradicional y la francesa en el cine. Y el resultado es una auténtica maravilla.

Director: Michael Dudok de Wit. Intérpretes : Animación.

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