La niebla y la doncella

Demasiadas cosas para concretar en un solo film. La síntesis, que suele ser una virtud, es aquí la enemiga de un film que en vez de resumir debería haber simplificado, pues al final resulta tan cargado, a ratos enrevesado, tan denso y con tanto vericueto, que exigía de más tiempo o de una poda para resultar convincente del todo. Y no es que no entretenga, que no intrigue, sino que de tanto recoveco y giro en falso, de tanto pliegue y vuelco inesperado, acaba por resultar confuso, o incluso forzado y acabado a medias. Como perdido en esa niebla que todo lo cubre en La Gomera. Ni siquiera el quién es quién queda del todo claro. Tal vez había demasiada novela para una sola película, y la trama escrita al completo exigía una miniserie. Nunca lo sabremos. Pero lo que sí ha quedado patente es que el desarrollo de la investigación que los personajes, picoletos de la UCO, llevan a cabo en la isla, necesitaba de más metraje para que no diera la impresión de que las cosas pasaban y se resolvían por exigencias del guión, y no por la lógica de las pesquisas, por las pistas seguidas y los hallazgos logrados. Todo resulta precipitado e impreciso. Y no por culpa de un eficaz reparto, que con un convincente Quim Gutiérrez al frente cumple con creces y aporta cierta cotidianeidad desplazada que funciona muy bien, y genera esa sensación de despiste que los protagonistas comparten con el espectador. Algo que no es necesariamente negativo. De hecho, en La Isla mínima, por ejemplo, eso mismo se convertía en su principal activo. Pero aquí falla la contundencia del drama que impregnaba cada fotograma de aquella, donde el paisaje también asumía un papel protagónico de gran calado, que acababa por envolver un thriller angustioso y casi claustrofóbico que nos embargaba el aliento, mientras que en el film de Koppel el espectador acaba viendo el desenlace casi desde la barrera emocional. Con una implicación mínima, aunque nunca desinteresa.