No es un género habitual en el teatro, y por eso resulta tan estimulante como sorprendente ver este docudrama escénico, que utiliza formas y maneras televisivas, y de hecho adopta el formato audiovisual en detrimento del teatral, para presentar sobre las tablas una crónica real de sucesos acaecidos años atrás en México, cuando una periodista fue secuestrada y torturada por escribir, denunciar a un poderoso y pedófilo empresario. Tremenda historia, contada en primera persona. Pero ahí está tal vez el problema del montaje. Que nos lo cuentan, no lo representan. Hasta el punto que el teatro es, de algún modo, el gran ausente. Creo que hubiera disfrutado de igual manera este documento, esta denuncia, si la hubiera visto en televisión. De hecho, la práctica totalidad del espectáculo es seguido por el público a través de una gran pantalla. Y es que por momentos la actriz incluso desaparece tras la aparatosa escenografía, pero siempre seguida por una cámara que nos la muestra en un constante y dramático primer plano.
Un particular ejercicio narrativo que alterna la comunicación directa de la actriz con el público, la cual no tuvo una noche especialmente inspirada, y una esquemática dramatización de los momentos más físicos, que nos guía precipitadamente por lo que podría considerarse casi como un croquis del angustioso periplo del personaje, salpicado además con imágenes de archivo reales de los hechos en cuestión. Lo dicho, pese a la impecable factura de la propuesta, el maridaje no acaba de funcionar y el producto resulta más televisivo que teatral. Intenso y rotundo, eso sí. Comprometido y necesario. Loable.
Adaptación: Lydia Cacho y José Martret
Dirección: José Martret
Intérprete: Marina Salas
Teatro: Teatre Principal de Palma (Sala gran).
Javier Matesanz
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