Hay comedias románticas y comedias románticas indie. Hay historias pequeñas mil veces contadas magnificadas para llenar salas y historias pequeñas mil veces contadas con pasión, amor y ganas. Hay buenos actores que venden palomitas y buenos actores que venden cine. Hay guiones pensados para gustar a todos sin importar si alimentan o no la neurona y guiones pensados para gustar a todos o no y alimentar neuronas y emociones. Y The big sick es la segunda en todas las listas. Y hablamos de The big sick y no de La gran enfermedad del amor, puesto que el título con el que se ha estrenado en este país es un insulto a la película, al público y la historia que narra.
Kumail Nanjiani, conocido por su magnífico papel de Dinesh en la genial serie Sylicon Valley, y Emily V. Gordon (la Emily de la película) escribe y protagoniza uno de esos guiones que sorprenden no por su originalidad, sino por su sinceridad y la madurez con la que trata todos los temas a los que tiene el valor de enfrentarse. La historia de un inmigrante paquistaní en Boston que trabaja como monologuista en un local en el que los diálogos pelean por estar en las finales de Montréal (signifique lo que signifique) sirve de punto de partida para hablar del amor (de ahí el estúpido añadido del título en castellano), de política, de inmigración, del 11 de septiembre, de enfermedades (de ahí el título original), de familia, de pérdida y encuentro. Una película de las de verborrea y sonrisa de medio lado, a la que se le añaden muchos silencios y una densidad emocional a la que no llegan (ni lo pretenden) las comedias románticas que entran en la primera premisa de las listas. La verdad es que el trabajo de Michael Showalter como director cumple con lo que se espera de él, mantenerse como mero espectador sin aspavientos ni llamar la atención (tal y como ya había hecho en la series Grace & Frankie o Love), lo cual se agradece. De esta forma es el guión el que lleva al espectador de la mano, acompañándole a cada localización para que pueda ser testigo de los sucesos de la forma que considere. Y eso se agradece todavía más.
La historia aparentemente real del protagonista con su actual pareja, interpretada por la sonrisa de cara lavada de Zoe Kazan (que ya nos dejó con la boca abierta con su Ruby Sparks, sirve para mucho más que poner en pantalla una situación y un monólogo tras otro. Ahora solo hay que esperar a que su siguiente trabajo esté a la altura de éste. Cierto es que hay mucho márketing (aunque la imagen que proyecte sea la de todo lo contrario) tras una producción como esta. Pero, para vender un producto, ese producto tiene que existir. Y éste, además, deja poso.
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