Me cuesta definir La gran belleza. No creo que admita una sinopsis demasiado aclaratoria, ni tampoco una alusión directa a un género determinado. Quizá sea una extraña y larga divagación sobre el arte y la cultura y las difusas fronteras que las separan del vacuo consumismo; puede que lo más preciso sea decir que es un paseo por una Roma actual y decadente, un escaparate para asomarse a la superficialidad del mundo occidental y, más concretamente, a la estupidez de unas clases medias y altas en un contexto corrupto y de valores difusos. ¿La Italia actual? Tal vez, pero mucho más que eso. También tengo claro que es un tributo, a Fellini claro; y no solo al de La dolce vita – el protagonista (enorme Toni Servillo en el rol de periodista y escritor epicúreo) es una suerte de trasunto del personaje que encarnaba Mastroianni – también al Fellini grotesco, al satírico y al esteta.
Durante las más de dos horas de cinta nos puede venir a la cabeza el Ulises de Joyce o Holy Motors, por ese periplo ‘intramuros’ al que se nos invita, por el recorrido aparentemente caótico, casi lisérgico, que se nos plantea: de fiesta en fiesta (con música hortera y congas etítlicas), de antro exquisito a palazzo renacentista, de performance que harían las delicias del hipster más snob a una inauguración con obispo surrealista incluido. Por el camino, Paolo Sorrentino (Il divo, Un lugar donde quedarse…) va soltando poesía, melancolía, elegancia… y personajes inolvidables (la directora del periódico, la monja del tramo final…) y unas cuantas reflexiones para enmarcar. Una joya inesperada.
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