Intrigas palaciegas a principios del XVIII. Traiciones y deslealtades, pasiones y ambiciones, servidumbres, derechos de pernada, podredumbre política, matrimonios de conveniencia, perversiones emocionales y sexuales.., todos los ingredientes necesarios para un film de época diseñado con rigor y detalle, y un absoluto respeto desde la producción por las formas y maneras históricas. Pero en manos de Yorgos Lanthimos nada es convencional, todo es inesperado. Se trata de un director provocador, incisivo, perversamente poético, perturbador, que no se conforma con lo que se espera de él, que tras Canino y Langosta es mucho, y siempre va más allá. La favorita, en apariencia su film más accesible hasta la fecha, ha vuelto a hacerlo, y convierte una crónica histórica y un retrato de insensatez monárquica en un ejercicio casi caricaturesco, y a la vez en una visión corrosiva e hiriente de la condición humana, que es su especialidad ya sea en el presente, el pasado o el futuro.
Nos hallamos ante un film sin límites en su atrevimiento. Su estilo visual es casi disparatado, si tenemos en cuenta que usa y abusa de los grandes angulares que distorsionan la imagen en curvas imposibles para narrar un relato histórico (un anacronismo visual en sí mismo). Pero además aplica sin complejos el absurdo en clave payasa (los bailes son desternillantes), y no duda en desnaturalizar tanto a los personajes con conversaciones que resultan del todo contemporáneas en intención y tono, probablemente impropias de la corte británica de los Estuardo, como sus relaciones de complicidad o rivalidad que rayan el gamberrismo adolescente. Un desvarío genial, en suma, que desemboca en una de las películas más atípicas e hipnóticas de la temporada. Con unas actrices inconmensurables. Un tour de force a tres que será difícil de repetir. Como su nombre indica, La favorita para todo.
Javier Matesanz
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