Tal vez porque son conscientes de que el contenido del film está falto de toda garra emocional, adolece de un ritmo espeso e inapropiado para estimular cualquier indicio de empatía con los personajes, y no consigue intrigar en ningún momento al espectador de cara al imprevisible desenlace del deteriorado romance que propone la cinta, los distribuidores de La desaparición de Eleanor Rigby decidieron hacer trampas en el trailer para venderla mejor. Así de claro. El ritmo de éste es endiablado si lo comparamos con la versión íntegra, que parece no acabarse nunca (no sólo es larga, que lo es, sino que lo parece; escena por escena y globalmente). E incluso sugieren algo que nunca ocurre en realidad. Algo así como una relación vista desde diferentes ángulos sentimentales. La misma secuencia, el mismo momento, desde una perspectiva y la otra. Como dando a entender que nos contarán una historia de desamor desde diferentes ópticas simultáneas. Algo que podría ser interesante, sentimental e incluso sociológicamente, por aquello de conocer una teoría más de como entienden las relaciones, felices e infelices, los hombres y como lo hacen las mujeres. La eterna guerra de sexos y/o sentimientos. Todos sois iguales o no hay quien os entienda. Ni contigo ni sin ti. Y todo este tipo de cuestiones misteriosas que, de todos modos, me inclino a pensar que no tienen respuesta.
Pero esa sería otra película. No La desaparición de Eleanor Rigby, que intentando desmarcarse de los tópicos y las rutinas narrativas del melodrama cae en aburridísimos terrenos de presunta originalidad, que eternizan el infierno emocional de la pareja protagonista hasta compartirlo con un público castigado por el tedio. Y conste que tanto James McAvoy como Jessica Chastain transmiten con convicción su desasosiego y su desconcierto personal y sentimental. Pero no basta. Incluso ellos parecen cansados al final. Resignados en la ficción y fuera de ella.
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