Referirse en términos gastronómicos a una película que centra su argumento en el ámbito culinario está muy visto, y denota una cierta pereza creativa; pero como es esa precisamente la sensación que transmite “La cocinera del presidente”, pues no tengo reparo alguno en hacerlo y cumplir con el expediente crítico aplicando la misma rutina del mínimo esfuerzo que parecen haber adoptado los responsables del film.
Sosa para ser una comedia. No es insípida del todo, pero el sabor pasa casi desapercibido. Le falta sal. O picante. Algo que despierte los sentidos y estimule el paladar de un espectador que, esperando una delicatessen, se quedará con hambre y con la sensación de que le han dejado sin postre. Pues algo le falta al menú, que parece inacabado. Un hervor, podríamos decir para continuar con el símil.
A ratos es tierna y, aunque dulce, nunca empalagosa. Ni mucho menos indigesta. Pero le falta consistencia. Y aunque Catherine Frot nos lo sirve con gusto, y con esa cándida simpatía que define su trayectoria, lo cierto es que predomina un aroma algo rancio. De plato precocinado. Y desde luego nadie se quedará con ganas de repetir, aunque tampoco resulte demasiado pesado. Es comer para quitar el hambre, para salir del paso, no para disfrutar.
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