Me sorprendió Kick-Ass, y ha vuelto a hacerlo Kick-Ass 2. Positivamente en ambos casos. Y aunque la falta de expectativas ayuda a ahuyentar la decepción y suele rebajar los niveles de exigencia, lo cierto es que la inesperada frescura de la propuesta, su desparpajo y ausencia de prejuicios, su frikismo asumido y esgrimido como seña de identidad, y su atrevimiento genérico de vocación caleidoscópica, me sedujeron y me convencieron con una gamberrada de hora y media que da mucho más de sí de lo que a primera vista pudiera parecer.
Esta reflexión tontorrona sobre la (in)justicia, sobre la superación personal, sobre la exclusión social del más débil, del diferente, sobre la lealtad y el valor de las promesas, sobre los estereotipos sociales; mezclado con los temas clásicos de la épica del cómic: el bien contra el mal, la venganza, la megalomanía, etc, etc…, no es tan tontorrona a la postre. Y su mala leche a la hora de combinar ingenuidad con crudeza y candidez con violencia, así como un humor que va de la azucarada estupidez adolescente hasta el vitriolo más escatológico y autoparódico, y una acción que se vanagloria de la torpeza y la fantochada, para desatarse después como un torbellino que no escatima ni gore ni crueldad, convierte el film en un entretenimiento mucho más serio de lo que parece, porque funciona como tal y propone un par de cuestiones muy bien planteadas. Otra cosa es que el público al que va dirigido se de por aludido.
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