Por dónde empezar con un espectáculo como Kar. Inclasificable. Casi inabarcable, de tan denso e intenso, y trepidante, y ajeno a cualquier regla narrativa lógica. Aunque cómico en todo momento. Sensaciones, emociones, humor negro, bromas visuales y gestuales, música en directo y jolgorio vocal, coreografías con objetos y hasta claqué. Un demencial cóctel idiomático para alimentar el barullo, el tren ruso de Anna Karenina, en miniatura, eso sí, la muerte como excusa para estructurar el discurso y aportar un contexto escénico funerario, y un par de chupitos de vodka para entonarnos y evitar que cedamos a la tentación de tomarnos demasiado en serio este formidable montaje, auténtica celebración de la locura y la creatividad sin límites.
El conjunto es un concierto teatralizado, más que a la inversa. La música tiene una presencia constante, y marca el ritmo, las cadencias e incuso indica el camino narrativo de la obra, que escapa de cualquier formalismo literario, pese a invocar a Tolstoi como inspiración inicial. Ese punto de partida necesario para poner los cimientos que sustenten después su libertinaje creativo, que rezuma espontaneidad, aunque el espectáculo es pura orfebrería escénica, y eso no se improvisa. Magnífico.
Compañía: Fekete Seretlek & Studio Damúza
Dirección: Matija Solce
Intérpretes: Pavol Smolárik, Anna Bubníková, Jiří N. Jelínek, Ivo Sedláček, Jan Meduna i Matija Solce.
Teatro: Teatre Principal de Palma (Sala Petita)
Festival Internacional de Teresetes
Javier Matesanz
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