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Jurassic World

Jurassic World

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Es uno de los males habituales en el planeta Hollywood, pero estamos más que acostumbrados a perdonarlo en favor del espectáculo. Nos referimos al axioma industrial por excelencia del cine comercial: “si algo funciona, por qué cambiarlo”. Y fieles a su dogmática y espectacular rutina creativa, los discípulos de Spielberg – en connivencia con la Universal- han estrenado un film formidable, rotundo, colosal, que no es otra cosa que Jurassic Park elevado a su máxima potencia. O sea, multiplicado por sí mismo hasta alcanzar cotas insuperables de auténtico exhibicionismo visual. La presentación del dinosaurio marino en plan parque acuático con gradas sumergibles es algo absolutamente impresionante. ¡Qué pequeñito se ve hoy, en la era digital, el tiburón blanco que hizo grande a su creador cinematográfico! Cazador convertido en presa, o en cebo.

Pero eso no basta. Tunear la nostalgia es una excusa para unos y una motivación para otros, pero se necesita una base argumental incluso para reincidir o transitar por inercia idénticos terrenos genéricos; y para la ocasión, tampoco se han devanado los sesos, pero han dado con otra idea de probada eficacia, que ya le funcionó a Robocop en su vuelta al ruedo tantos años después. Los militares dan mucho juego, siempre belicosos y megalómanos en materia imperialista, prestos a la invasión siempre y cuando tengan un ejército en condiciones – o sea, invencible-, ya sea de robocops o de velociraptores adiestrados para matar enemigos a granel. Y ese es el fondo dramático de nuestro film, que por supuesto no pasa de ser un punto de partida para el guion, que no tarda en derivar hacia el consabido y esperado ¡corre, corre, que viene Godzilla! Perdón, el dinosaurio genéticamente modificado, queríamos decir. Aunque al final no sea el bicho tan fiero como lo pintan cuando debe enfrentarse a la “lealtad” jurásica de los saurios genuinos, que también tienen su corazoncito.

La película acaba siendo una prodigiosa colección de set pieces, a cual más fascinante (y que sin duda darán cancha a un videojuego de éxito en la Isla Nublar), amalgamadas con discretas relaciones familiares, más esbozadas que desarrolladas; la consabida relación amorosa gestada y consumada en situaciones límite, cuando adrenalina y testosterona se combinan en un cóctel irresistible; las oportunas gotitas de humor relajante para rebajar tensiones, y la inevitable y bastante esquemática reflexión moral sobre los peligros de la ambición y la arrogancia humana, siempre prestas a invadir los vetados dominios de la divinidad creadora, aunque una y otra vez la naturaleza se encargue de ponerla en su sitio a base de dramáticas lecciones de humildad.

La mejor noticia de la película es Chris Pratt. Sin lugar a dudas habrá nuevas entregas en un futuro no muy lejano, y con él han conseguido al fin – y era ésta una debilidad manifiesta de la franquicia- un protagonista con un carisma cómplice para las nuevas generaciones, a la vez que un cierto encanto retro-primitivo. Una cualidad ya explotada con éxito en Guardianes de la galaxia, y que garantizará  aún si cabe más adeptos a la saga.

Director: Colin Trevorrow Intérpretes: Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Nick Robinson, Vincent D’Onofrio, Ty Simpkins, Irrfan Khan, Jake Johnson

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