John Wick era la franquicia que necesitaba Keanu Reeves para remontar el vuelo post Matrix. Un personaje a su hierática medida, tan carismático y enigmático como Neo, e igualmente rotundo, que le permitiese lucirse con sus escasas dotes interpretativas, limitadas pero siempre convincentes para cierto público y en sus justos registros de cara de palo que reparte palos. Y en fin, lo cierto es que la serie funciona si no le pedimos más que eso. Pura acción y violencia sin rodeos, sin demasiadas excusas argumentales. Le mataban el perrito en la primera, un pacto de sangre que no podía eludir en la segunda, y su exclusión de la organización internacional de asesinos a la que pertenece en la tercera, a raíz de la cual ponen precio a su cabeza. Y qué ocurre después de esos detonantes, pues que John Wick tiene que sobrevivir a contrarreloj, mientras busca un poderoso aliado que le exonere y le reincorpore a la cuadrilla de la muerte a la que pertenecía antes de cabrearla; y para ello antes tendrá que desembarazarse de centenares de cazarrecompensas de las más sanguinarias y diversas maneras. O sea, un festival de hemoglobina, huesos astillados, tiros a bocajarro, miembros cercenados, ojos reventados y otras lindezas alejadas de todo realismo, marca de las coreografías de la violencia propias de este tipo de films, las cuales ocupan más de la mitad del metraje. Bastante más. Halle Berry, por ejemplo, solo tiene tres frases. El resto son golpes. Pero nadie le pide más a John Wick, que pese a todo no es un superhéroe, aunque parezca salido de un cómic*.
*El cómic existe, pero con cara de Keanu e inspirado en la serie, y no al revés.
Javier Matesanz
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