Las similitudes son tan claras como preocupantes entre la serie fílmica de Iron man y la de Spiderman. Semejanzas que no son en absoluto un buen augurio, teniendo en cuenta la curva descendente que dibujó la saga de Sam Raimi, precipitándose al vacío del exceso más burdo y estridente. Iron Man (Jon Favreau, 2008) era un buen film. Sobretodo por su prólogo de presentación, que humanizaba el personaje e ilustraba la génesis del héroe; como en el primer hombre araña de 2002. Y tanto la una como la otra han ido progresando hacia la mediocridad, confundiendo la acumulación con la espectacularidad, y el ritmo con el estrépito. Aunque el histriónico pero siempre excelente Robert Downey Jr haga por momentos que todo valga la pena y estimule la indulgencia crítica.
No voy a explicar el porqué de mi titular para no incurrir en un detestable spoiler, pero lo cierto es que si “Iron man 3”, a pesar de ser entretenida y a ratos trepidante, no está a la altura de sus antecesoras, es por lo decepcionante que resulta el personaje del villano, que ni el gran y aquí desaprovechado Ben Kingsley puede dignificar con semejantes planteamientos. Y no digo más. El resto es pirotecnia pura, fanfarronería made in Stark y un despliegue de medios sobrecogedor, que al fin y al cabo es lo que demanda el consumidor incondicional, que si no quiere disgustos debe evitar toda comparación con la portentosa ‘Los vengadores’.
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