Cine difícil, pero hermoso. Sin prisa. Lento, sí; pero intenso. Muy intenso. Cine comprometido, lejos de las modas y los gustos populares. Pero ahora con un Oscar (mejor película de habla no inglesa), y eso, con suerte, le dará algo más de cancha. Aunque esté alejado de las tendencias y los lenguajes de las nuevas tecnologías, y aún más de los intereses del fast food. Rodado en formato cuadrado y poética fotografía en blanco y negro. Preciosa, matizada en bitono casi sepia, velada como las emociones reprimidas, la tristeza contenida, las lágrimas que distorsionan la realidad. Los secretos y tentaciones de una novicia, hasta la fecha inmaculada, que descubre las dramáticas y rotundas verdades de su pasado judío en la Polonia Nazi, nada menos. Un relato fascinante, el de Ida, contado al ralentí, en voz baja, con la delicadeza que exigen las emociones cuando son tan contundentemente íntimas que pueden destrozar una vida que creía no conocer el pecado. O al menos cambiarla para siempre. Y todo ello narrado con la imperturbable convicción de quien se sabe poseedor de una gran historia y sabe cómo contarla. Con una planificación que escapa a toda convención. Extraña. Feista, incluso. Perspectivas aberrantes, indiscretas, incómodas… No es una visión amable, sino cruda. El impacto es severo, y el público lo comparte con la protagonista sin estrépito, sin subrayados ni ornamentos trágicos innecesarios. La sencillez del drama golpea sin paliativos, pero sin regodearse. La vida es dura, sin más. Pero tampoco menos. Y el minimalismo, acompañado de las discretas pero fascinantes interpretaciones de ambas protagonistas, resulta sobrecogedor. Y así el conjunto remite a los más grandes. Dreyer acude a la cabeza de inmediato, pero Bergman, Bresson, Godard… todos ellos sobrevuelan la historia desde el principio. Y yo no pude dejar de pensar en el Haneke de La cinta blanca en todo momento.
Ida
Director: Pawel Pawlikowski Intérpretes: Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska.
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