Un oso en llamas es la potente y metafórica imagen que utiliza para arrancar en clave de pesadilla esta atípica película de catástrofes naturales. Atípica no por sus formas narrativas, que son del todo convencionales, sino por evitar aquello a lo que nos tienen acostumbrados los títulos de este subgénero trágico, normalmente basado o inspirado en hechos reales como es el caso, y que en esta ocasión hubiese consistido en cederle todo el protagonismo a la espectacularidad del fuego, para que calcinase el guión en beneficio del lucimiento digital de los incendios. Pero no, su principal artífice, el realizador Joseph Kosinski, habitual de la parafernalia fantástica: Tron Legacy ,Oblivion, se interesa en esta ocasión por los personajes, y sobre ellos pone el foco del relato, consiguiendo así un film más intenso y emotivo, más humano, aunque envuelto en llamas.
Son las personas, los miembros de la brigada de bomberos de élite Granite Mountain, la cual falleció casi al completo en el incendio de Yarnell, Arizona, en 2013, quienes merecen la atención del cineasta, que deja el espectáculo pírico en un infernal segundo plano. Son las consecuencias en las familias, en las parejas, en las amistades, de un trabajo de riesgo como el de bombero forestal, lo que le interesa al autor, no el incandescente contexto. Y así, aunque el grupo resulte demasiado yanqui para mi gusto, con su disciplina militar y su camaradería exacerbada, la cinta consigue unos niveles de empatía inusuales en este tipo de cine, que apela a la épica heroica y al patriotismo de forma constante, y normalmente incómoda para quienes no comulgamos, pero que aquí, en cambio, consigue implicarnos por la vía sentimental y psicológica. No busca el más impresionante todavía, sino mostrar las crudas y ambivalentes emociones de quien se debate entre la vocación y el amor, la pasión y la razón, o incluso entre la vida y la muerte, voluntaria y altruistamente.
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