La premisa no es nueva. La presencia en el cine de sistemas operativos inteligentes y autónomos, que interactúan, se entrometen, vigilan, subyugan o empatizan con humanos, tiene un largo historial donde destacan clásicos como el HAL 9000 de Kubrick (2001: Una odisea del espacio, 1968), el impertinente e inquietante Smiley de la más reciente Moon (2009) o, por ceñirnos a ejemplos sentimentalmente colindantes con el que nos ocupa, el caso de Simone (2002), el amor holográfico de Al Pacino. Pero lo que hace de Her una película diferente, lo que destaca el film de Spike Jonze por encima de otras humanizaciones de robots o máquinas que se apoderan de atribuciones emocionales incompatibles con su realidad electrónica o mecánica, es el subtexto. La aterradora reflexión que subyace bajo la apariencia de un cuento de amores y desamores imposibles. Una sofisticada fábula futurista de romanticismo virtual con ínfulas proféticas, y contextualizada en la deshumanizada y contradictoria era de la comunicación global y la incomunicación íntima, que ya hoy definen nuestra sociedad y van perfilando los nuevos modelos de relación. De hecho, no es casualidad que la profesión de Joaquin Phoenix sea la de redactor de cartas personales ajenas dictadas a un ordenador que las escribe “a mano” (sic) y las remite a los clientes, que las envían como propias. Y es que nunca antes nuestra soledad fue tan concurrida ni nuestros deseos y relaciones tan frías y alienantes. Y tal vez sea por eso por lo que la película nos atrapa. Porque sin llegar a posicionarse en modo denuncia, sin juzgar ni interpretar, sin analizar demasiado la credibilidad de aquello que explica, y aun dejando claro con delicadeza y ternura lo absurdo de algunas actitudes, nos provoca escalofríos de tan creíble y enternecedora que resulta, de tan apetecible y envidiable que es la relación descrita, de tan bonita y sincera; y por momentos nos hace cómplices de algo que nos debería provocar rechazo por cuanto es la negación de todo aquello que es el romanticismo, el amor y la pasión, y que para existir necesita y necesitará siempre del calor humano. De lo contrario estaríamos abocados a la extinción, y bien podríamos calificar esta película como un drama de amor apocalíptico.
Javier Matesanz
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