Hay un paso previo imprescindible para poder disfrutar sin prejuicios de esta adrenalítica versión del cuento de los Grimm: hay que olvidar el original. Desterrarlo de nuestra memoria. Empezar de cero. Pues nada tiene que ver. No busquen ni un punto en común entre ambas historias. Bueno sí, el nombre y parentesco de los protagonistas, y la casita de chuches y chocolate de la bruja en el prólogo infantil. Aunque algo más lúgubre, eso sí. Y ahí se acaban las coincidencias y se desata un vertiginoso espectáculo de pirotecnia y acción fantástica tan desmesurado y demencial que hasta resulta divertido en su absurdidad.
Convertidos en auténticos “terminators” armados hasta los dientes con un arsenal que ya quisieran para ellos los marines americanos (y más teniendo en cuenta el anacrónico escenario medieval), los traumatizados hermanitos, con sangre de hada en sus venas, se lo pasan cañón repartiendo estopa, desmantelando aquelarres y ensartando hechiceras con la habilidad gore de unos saltimbanquis de la generación Matrix. Un auténtico disparate que no admite el menor análisis serio, pero que en su condición de montaña rusa visual te garantiza un vertiginoso entretenimiento en stand by mental. No exige el más mínimo esfuerzo analítico. Solo hay que dejarse llevar, pues ni siquiera ofrece moralejas ni analogías de interés o lecturas entrelíneas. Es lo que es, mucho ruido y pocas nueces. ¿Pero acaso alguien buscaba nueces en esta película?
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