Lo cierto es que la película provoca la más absoluta indiferencia, pero no podemos dejarlo ahí porque quedaría la columna en blanco, de modo que añadiremos que, además de insubstancial, es tan tonta como mala. Y lo lamentable no es que sea mediocre, pues eso la convertiría solo en una más, sino el hecho de que toque con una preocupante ligereza y frivolidad, a ratos incluso con mal gusto, temas como la maternidad, el parto, la orfandad o la responsabilidad adulta frente al drama de la pérdida familiar. Pero en fin, ya le estoy dando una trascendencia que no tiene de puro vulgar. Algo de lo que parecen ser conscientes todos los intérpretes implicados, pues nadie parece estar a gusto en su rol. No se lo creen ni saben muy bien cómo defender diálogos nefastos y situaciones sonrojantes (la de Javivi proclamando a su pesar el amor de la pareja en el supermercado es antológica, casi dolorosa para quienes sufrimos de vergüenza ajena aguda). No se salva ni uno, ni protagonista ni de reparto. Y eso por no analizar (no merece el esfuerzo) la construcción del guion y el dibujo de los personajes, que son meras caricaturas de trazo grueso. Hasta Resines está postizo en sus dos frases, que imaginamos aceptó asumir por amistad al progenitor de la debutante directora y guionista, hija del responsable de éxitos como El otro lado de la cama u Ocho apellidos vascos, entre otros muchos.
La película es corta y se hace larga. Avanza a golpe de gag o de secuencias dilatadas sin sentido del ritmo ni del humor (todo lo que rodea a la compañera de piso interpretada – por decir algo- por Usun Yoon es difícil de soportar). En fin, una película para olvidar, que solo rememoraremos cuando en Navidades hagamos el ranquin habitual de los peores títulos estrenados este año.
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