Me gustó Gru por el carisma del protagonista (su pasado, su trayectoria…), por los ayudantes de éste (los Minions, todo un hallazgo) y porque era gamberra, huía de las moralinas gratuítas y, dentro de unos límites, transitaba lo políticamente incorrecto. Pues bien, aunque esos elementos ya no pueden sorprender, lo cierto es que esta secuela conserva esas virtudes y, en algún caso, las amplifica. Los citados Minions, por ejemplo, tienen más presencia, más protagonismo en la historia, y eso redunda en beneficio de un argumento que vuelve a ser sólido, con el ritmo idóneo y los giros adecuados.
Luego están los personajes secundarios, que en la mayoría de casos no desmerecen a los de su precedente. Las tres hijas adoptadas tienen mucho peso en esta segunda parte y hacen crecer el atractivo de la cinta, cada una con sus características, propias de su edad; y Lucy, la agente de la Liga Antivillanos, que es todo un caramelo, un complemento perfecto. Y en el centro de todo ello, un Gru que evoluciona respecto a la cinta original, que no abandona su vertiente heróica, pero que la concilia con la vida familiar, esas niñas dulces e ingobernables al mismo tiempo, que le acarrean más preocupaciones que sus propios enemigos. Precisamente en cómo se combina el retrato del hogar con la lucha por salvar al mundo está el principal mérito del film.
Si tuviera que poner una pega, señalaría al malo de la peli (no puedo decir quién es porque destripará, en parte, la trama), al que le sobran tópicos y le falta ironía. Aun así, el conjunto es divertido, ágil, con el punto justo de mala baba y algunas escenas son para enmarcar. Lo mejor que puedo decir es que si hay una tercera entrega también pienso verla.
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