Sorprende lo mucho que a menudo se parecen los recuerdos a los sueños. Los unos alimentan a los otros, y quizás se retroalimenten y éstos mejoren la percepción de aquellos, quién sabe. En cualquier caso, nadie puede robarte los recuerdos, ni los buenos ni los malos, y soñar sigue siendo la más universal expresión de libertad. Algo que en manos de una artista como Polina Borisova es sinónimo de emoción y maravilla: Go! ¡Qué preciosidad de espectáculo! Una auténtica exhibición de sensibilidad a través de la pantomima más tierna y traviesa, limítrofe con el teatro de objetos e incluso con el cómic, haciendo alarde de un dominio excepcional del tempo narrativo y la gestualidad sentimental. Todo ello con una excelente propuesta lumínica y sonora que acaricia el conjunto casi en penumbras, enmarcando capítulos domésticos, íntimos, políticos y oníricos. Hasta algún ramalazo de crítica sociopolítica se permite la creadora. Y todo como en un susurro gestual, delicado pero también enérgico, que anticipa el último suspiro de quien recuerda con cariño pero desde el cansancio, y asume que poco tiene ya por hacer.
El trasfondo cultural ruso, esa Unión Soviética que se asoma desde el pasado, y algunos simbolismos que se nos escapan de tan lejanos a nuestros referentes, no afectan un ápice a la comprensión y el disfrute de esta pequeña obra de orfebrería sentimental sin palabras, que desde su juventud enmascarada la actriz convierte en delicioso homenaje a una vejez reconocible desde cualquier latitud cultural y humana, pues en el fondo todos somos iguales a nuestra manera. ¿He dicho ya que Go! es una preciosidad? Lo es.
Javier Matesanz
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