Una de esas caras sin nombre. De los mil veces vistos. De los siempre admirados. El mejor de la película, pero… cómo se llamaba. George Kennedy. Ese era su nombre. El de un actor de carácter imprescindible. Uno de los grandes, pero siempre a la sombra de otros más grandes. Y así, nunca olvidado aunque poco recordado, se convirtió en parte de La leyenda del indomable. Y se llevó el Oscar. Aunque Paul Newman se quedara con la gloria y se comiera tres o cuatro docenas de huevos.
Los hay que lo recordarán por Dallas, y si Dios quiere nadie lo hará por Bolero, enjendro pseudo-erótico junto a Bo Derek y Ana Obregón. Pero hay mucho más donde buscar, porque Kennedy fue uno de los rostros más populares de los 70 – aunque en los 60 ya había intervenido en Espartaco, Charada y Doce del patíbulo, entre otras-, tanto por la serie Aeropuerto como por la catastrófica Terremoto o el vertiginoso thriller de alta montaña Licencia para matar, de y junto a Clint Eastwood.
Siguió trabajando hasta el final, en papeles de escasa relevancia y siempre como secundario, dejando esa carismática impronta que consiguió hacer destacar incluso en absurdas parodias como la serie Agárralo como puedas de los 80, junto a Leslie Nilsen, que una vez más se llevó la popularidad mientras Kennedy aportaba la solvencia.
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