Los orígenes de Garfield. Eso es lo que nos ofrece esta película como novedad. Saca al orondo felino de su zona de confort, lo aleja de la nevera y lo enfrenta a sus fantasmas familiares. Un padre callejero y delincuente que lo abandonó una noche de tormenta, y que vuelve del pasado para embarcarlo en una enloquecida aventura llena de peligros y misterios. O sea, que podría estar bien como punto de partida. Ser un entretenimiento al servicio del carismático minino, que satisficiera a niños y adultos, porque volvemos a recordar que los niños no van solos al cine. Piedra angular sobre la que Pixar construyó su imperio. Pero no. Otra vez nos quedamos con lo básico, dando por hecho que la exigencia infantil se mide en decibelios y densidad planos por segundo. Y así, mucho ruido, mucho trastazo, un par de chistes de puro exceso y unas gotitas de sentimentalismo familiar, para que no digan, y poco más. Y eso no basta. Hasta Bluey hace pensar más a los niños, y les plantea algún reto en materia de comprensión y reflexión. Garfield, no. Y durante el metraje ni rastro de sátira ni guiño alguno a los sufridos papás, que al fin y al cabo conocen al gato desde hace mucho, y más de uno lo habrá llevado en la ventanilla trasera del coche. Y no costaba tanto, ya que el personaje es de lo más vitriólico, y su carácter y personalidad egoísta y hedonista se prestan a complicidades cómicas de graduación menos naif, que no por ello interferirían en el espectro infantil de la función. Y todos hubiéramos salido ganando. Incluso se nos hubiera hecho menos indigesta la voz de Santiago Segura, que cuesta mucho atribuirle al personaje sin verle la jeta a él.
Y conste que lo antedicho parece una enmienda a la totalidad, pero es en realidad una reivindicación en clave adulta de un espectador talludito que disfruta de la animación cuando ésta no resulta pueril. Pero si bajamos el listón, el resultado es resultón.
Título: Garfield: la película
Director: Mark Dindal
Voz: Santiago Segura
Javier Matesanz
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