Propuesta valiente, original, salvaje por momentos, la de Four lovers, por lo que propone y por el tono naturalista que imprime Antony Cordier, que ya buceó en el sexo y los sentimientos con ‘Douches froides’.
He visto varios ménage à trois en el cine, más o menos acertados, emocionales, meramente sexuales y mezcla de ambos, y matrimonios que se intercambian en secreto (‘Dobles parejas’, de Alan J. Pakula, sin ir más lejos), pero jamás un cuadrilátero tan cimentado, una relación a cuatro tan ‘justa’ y simétrica. Aquí los swingers (magníficas Marina Foïs y Élodie Bouchez (‘La vida soñada de los ángeles’), correctos Roschdy Zem y Nicolas Duvauchelle) se conocen, se sienten atraídos, follan y luego empiezan a quererse. Me gusta, me interesa el planteamiento y la evolución de la trama me resulta creíble, porque se combinan bien la pasión, el juego, los celos… hasta los tres cuartos de cinta; ahí las ideas languidecen, lo sugerente, lo erótico, da paso a adornos incomprensibles, a piruetas gratuitas, como la escena de los móviles captando el sonido ambiente o ese rollo Feng shui con la orientación de los muebles de la casa. Pero es en los diez últimos minutos, donde la película está a punto de descarrilar, justo cuando las reacciones de los personajes devienen pueriles y el conflicto estalla de manera forzada, porque no hay más remedio y de alguna forma había que acabar. Una pena que esté tan mal resuelta, porque la historia contiene fuerza, belleza y trasgresión.
Señor Gallego, hete aquí mi contracrítica, pues todo aquello que le gustó a usted a mi me pareció prefabricado y forzado. Ideado para sorprender y/o provocar sin conseguirlo.
4 lovers:
La premisa inicial es sugerente. Atractiva. Un punto morbosa. Dos parejas se conocen e inmediatamente se establece entre ellos una especial complicidad. No tardan en hacerse amantes e intercambiar parejas. Y la relación a cuatro se consolida. Pero hay un problema gordo, y es que la especial complicidad a la que aducíamos antes no existe. O al menos el director Anthony Cordier no la sabe transmitir, y ni siquiera los actores parecen creérsela. Surge de la nada. Injustificada. Artificial. Como por exigencia del guión, pero sin química ni tensión. Y ya nada funciona. No sorprende ni provoca ni excita. Todo es mecánico y tal como llegó se fue. Sin perturbar ni emocionar.
Salut i cinema
ahá. jo crec que no l’has entès 🙂