Fleabag podría definirse como un cruce entre la pasión que Woody Allen ponía en sus personajes cuando deleitaba al mundo Hannah y sus hermanas o Annie Hall, el amor hacia la gran cuidad que habitan y una conversación sin filtros sobre sexo de un grupo de amigos desinhibidos por (podría decirse que) el excesivo consumo de alcohol u otras sustancias de consecuencias similares. Seis capítulos, veintisiete o veintiocho minutos por capítulo, una descarada verborrea que pocas veces se oye en televisión, la inteligencia del que no tiene límites creativos pero sí mucha cultura y humor inglés. El guión (que también protagoniza) Phoebe Walter-Bridge parece lo que no es y es lo que no esperas. Y, aunque diciéndolo así, podría considerarse destripe (spoiler no es de nuestro agrado) y eliminación del elemento sorpresa, es mejor que sepan que no. Fleabag es todo eso y un poco más. Porque la serie más descarada de Amazon Video también tiene su momento de reflexión emotiva y cariñosa, que hace que uno no sienta que asistido a una de esas cenas que terminaron desmadrándose y de la que lo único que puede recordar son las risas.
La revelación del pasado año es un trabajo de orfebrería de moral más que dudosa para ciertos sectores (incluso podría decirse que satánica en algunos momentos), que narra las peripecias de una joven con una cafetería y una vida amorosa que incluye más ejercicio físico que sentimientos, y obliga al espectador a pensar más allá de los la carcajada que provocan los diálogos salvajes y brutales. Porque la realidad es mucho más cruda de lo que parece en ese Londres en el que la vida se ha puesto imposible y los emprendedores no pueden ni plantearse llevar su día a día más allá de ahora mismo. Una ciudad en la que, a pesar de su cosmopolitismo (o precisamente por él), el mundo del arte ha perdido la brújula, los matrimonios se comunican con teléfonos inteligentes mientras mantienen las mismas relaciones que mantenían en los años cuarenta (del siglo pasado) y el trato humano sigue siendo tremendamente sencillo y son los humanos los que lo complican.
Fleabag (“guarro” en castellano) es una de esas series de fácil consumo (todos los capítulos juntos son más cortos que una de las partes de El Señor de los Anillos), pero de digestión lenta y más lecturas entre líneas que cualquier pseudo comedia descarada de Hollywood. Un auténtico placer, vean.
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