No hace falta ir a buscar muy lejos las grandes historias. A menudo las mejores, las más bellas, están tan cerca que no las vemos, nos falta perspectiva, porque residen en la autenticidad de nuestra intimidad, en la cotidianeidad, en la verdad de las cosas pequeñas y los pliegues emocionales de las familias. Y de ahí es de donde Bernat Molina ha sacado la inspiración y el amor para hacer Escalar un gegant. Un pequeño gran espectáculo, universal de tan íntimo, que quizás sea lo mejor que he visto este año. O al menos el que más me ha conmovido y más intensamente he disfrutado. Una conversación casi en tiempo real entre padre e hijo, de la cual no haremos spoilers, pero que apela a la sinceridad emocional, esa que hace de la verdad la base de cualquier relación, con una precisión absoluta para conseguir la equidistancia entre el humor y la ternura, entre la risa y el llanto, sin que el contenido de la conversación pierda un ápice de trascendencia. Y claro, el patio de butacas acaba siendo testimonio de un momento tan intenso como hermoso que, de algún modo, comparte y siente casi como propio, como si ya formase parte de ese universo, empatizando con dos actores superlativos en roles que todos hemos conocido, asumido o sufrido en nuestras respectivas verdades. Y así, sin parar de reír, pero con lágrimas en los ojos, como espectador salí emocionado, y como persona, agradecido. Imprescindible.
Título: Escalar un gegant
Dirección y autoría: Bernat Molina
Intérpretes: Xavi Núñez, Santi Pons
Espai: Teatre Principal de Palma (Sala petita)
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