Enemy

Le tomamos prestado el subtítulo a José Saramago, ya que Denis Villeneuve se ha inspirado en su argumento para construir la historia de una obsesión que va más allá de la anécdota propuesta en el libro de la existencia de un doble idéntico a nosotros. De hecho hay una leyenda urbana que reza precisamente eso, que todos tenemos un doble en algún lugar. Pero no pasa de ser una ocurrencia popular de escaso calado existencial. Todo lo contrario que la novela del portugués o la película del canadiense, que se adentran en un laberinto psicológico tan intenso como denso, que renuncia al ritmo externo para ir espesando el relato así como la desesperación hace mella en la psique de los protagonistas (Jake Gyllenhaal por partida doble), iguales pero de reacciones diametralmente opuestas ante tan inexplicable situación. Y para ello el realizador, que ya dio muestras en Incendies de su habilidad para barajar los ingredientes del drama y disponerlos como un caótico puzzle que solo adquiere sentido en su conjunto, utiliza todos los recursos estéticos que la lógica nos dicta atribuir al tormento: la rutina, el engaño, la mediocridad, la inercia profesional, una iluminación ocre y una ambientación asfixiante, unas relaciones personales insatisfactorias, escenarios decadentes… y al final, tal y como sugieren las primeras e inquietantes imágenes del film, hasta cierto punto incomprensibles, uno no sabe si todo lo visto ha ocurrido solo en la cabeza del protagonista como una pesadilla esquizoide, o nos hallamos ante un cuento de ínfulas filosóficas que reflexiona sobre la soberbia de sentirnos únicos, y aun así insatisfechos.  Algo que perfectamente le puede pasar al espectador, pues cada uno de nosotros ve su propia película y saca sus propias conclusiones, pero eso no significará que nos satisfaga en absoluto. O sí.