Un llaüt en miniatura, una mesita mínima de escritorio, unos zapatitos, una esponja, un despertador, una cuchara sopera, latas de conservas y, por supuesto, un siurell. Con esto y poco más, Disset teatre hace magia. Teatral, se entiende. Consiguen exprimir la fantasía de la simplicidad, y no ponen límite alguno a las formas de la imaginación: palabra, gesto, sombras, objetos, ruidos, música… todo vale para fascinar a niños de toda talla y condición. Algunos con toda la barba, que no solo acompañan, sino que disfrutan tanto o más de onomatopeyas y ocurrencias para todos los públicos, y también de cuidados guiños que la compañía brinda a los entregados papás, que se sienten recompensados, más allá de compartir risas con sus vástagos, cuando comprueban que no se han olvidado de ellos a la hora de fantasear. ¿A quién sino va dirigido el chiste de la muy cabaretera “Fam Fatale”, por ejemplo?
Lo que sí es cierto es que se trata de un espectáculo más apropiado para las distancias cortas. Tal vez para salas de escenario plano, donde los niños puedan respirar de cerca el hechizo del relato, oír el tic tac de la vida y de la muerte, pues también con eso se atreve la compañía, y quizás tocar la imaginación con sus manos. Algo que muy oportunamente propicia la compañía al finalizar la representación, disponiendo todo su arsenal maravilloso en el proscenio al alcance de decenas de manitas que se aprestan a tocar la fantasía. Y ahí sí que se remata la función.
De las manipuladoras-narradoras, qué decir. Carme Serna y Merce Sancho, versátiles y cómplices, saben lidiar con un público tan exigente como disperso, tan ruidoso como entregado, que llenó hasta el anfiteatro el Catalina Valls y acabó rendido a la magia de un cuento: En Martí i el siurell màgic, que es mucho más que un entretenimiento de escoleta.
Javier Matesanz
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