¿Se trata de vender o de convencer? ¿De contar historias o de diseñar estrategias comerciales? ¿Embarazados es una película o un producto en busca de compradores a cualquier precio? Pues mucho me temo que va a ser lo segundo. Que todo vale para vender entradas. Aunque sea engañando a la clientela. Mintiendo y ofreciendo lo que no es. El fin justifica los medios, deben haber pensado los maquiavélicos productores, o distribuidores, o ambos; de modo que si la sala está llena, que importa que la película no sea lo que la gente quería ver. Y si salen decepcionados, qué más da, ya han pagado.
Embarazados no es lo que parece. No responde a las promesas y expectativas de su engañoso tráiler. Un avance que hace trampas para ser más comercial, para seducir a la audiencia con medias verdades, que también son medias mentiras. Y así, aunque hay comedia – bastante tontorrona, por cierto-, el film es en realidad un melodrama amargo y a ratos triste y doloroso, que retrata un conflicto serio y a menudo traumático – el de las parejas que afrontan un proceso de inseminación in vitro-; y lo hace con cierta gravedad, con seriedad e incluso crudeza, mientras que el espectador esperaba una gamberrada romántica con pareja preñada, tal y como la promoción sugería subrepticiamente. Una torpe manera de conseguir que no funcione ni la comedia ni el drama. La primera por mediocre y convencional, y la segunda por la mala predisposición a disfrutar de un público que se siente engañado.
Paco León está bien en lo cómico. Alexandra Jiménez en lo triste. Y ambos perdidos en este insulso híbrido.
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