Cuida cada plano el director de El regreso (León de oro en Venecia en 2003), de nombre impronunciable (Andrei Zvyagintsev) y escritura exquisita – firma un guión impecable junto a Oleg Negin -, capaz de rodar un hecho atroz con la elegancia que atesoran los maestros. Elena – se estrenó en 2011 y CineCiutat la recupera – nos presenta una historia sencilla sobre la convivencia, el cariño, el egoísmo y la solidaridad, entendida ésta última de una manera peculiar, algo extrema si se quiere. Una sencillez no reñida con una profundidad moral demoledora. ¿Hasta dónde es capaz de llegar una madre por proteger a los suyos? ¿Y una mujer ante la duda, a quién prioriza, al marido o a los hijos? La segunda cuestión tiene una respuesta clara, histórica, empírica, y en el film se refleja, con sus interrogantes y sus consecuencias. La madre coraje – espléndida Nadezdha Markina – es víctima de su bondad y de todo lo contrario, pero las contradicciones aquí se expresan y se narran de manera tan fluida que te cuesta detectarlas. Como fluidas son las transiciones entre ese mundo de comodidad y vida reposada (el de Elena y su rico marido) y su reverso (la casa claustrofóbica donde reside la verdadera família de la protagonista). En el medio, cierto discurso de clases, pero ante todo una invitación a reflexionar sobre qué es lo justo y lo injusto. El lazo lo pone Philip Glass, plagiándose a sí mismo la estupenda banda sonora de Las Horas (Stepohen Daldry, 2002).
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